viernes, 13 de julio de 2012

Mentiras arriesgadas


         El Partido Popular ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales. Resulta como menos curioso ver los vídeos de hace unos meses, cuando aún estaban en la oposición y nos aseguraban que nos llevarían al paraíso al día siguiente de las elecciones. Ahora, cuando se sienten acorralados por la prensa, se escudan en la herencia recibida, “la peor de la democracia”, aseguran; y cuando ese argumento ya no les vale, porque empieza a oler, el parapeto es la Unión Europea. 
        Chachi piruli, eso les asegura invulnerabilidad: ellos no son culpables de nada y tienen derecho a hacer lo que les venga al pairo.
Hoy, viernes 13, ha sido la última. El consejo de ministros nos ha dado un golpe bajo que ya veremos las consecuencias que traerá. Y, entre tantas medidas, ninguna dirigida a las grandes fortunas, a las grandes empresas, a la iglesia, a la casta política que seguirán disfrutando de unos beneficios descomunales. Dicen que si presionan a los empresarios despedirán a más gente. Vamos a ver, si lo están haciendo desde hace mucho tiempo, y más ahora, que les dejan manos libres para esclavizar a sus empleados. Respecto a los que más tienen, empiezo a creer que no quieren tocar sus ingresos por un problema de casta. Y la iglesia seguirá manteniendo un sistema de beneficios que parece sacado de un códice escrito en la Edad Media. 
¿Y los políticos? Corren por Internet infinidad de datos sobre la cantidad de dirigentes que tenemos en España en comparativa con otros países de nuestro entorno. No soy ningún experto en el tema, pero hay un asunto en debate desde hace muchos años, antes  incluso de que empezara esta crisis: las diputaciones provinciales.
Si alguno de los lectores puede explicarme de manera comprensible para qué sirven las diputaciones provinciales, le ruego me lo explique. Para mí es tan incomprensible como el chino mandarín. Le estaré muy agradecido si me hace ver la luz. 
Hace años un amigo común me presentó a un político, y no dejé pasar la oportunidad de preguntarle por el tema. El hombre, con voz seria, muy de circunstancias, se enfrascó en un monólogo farragoso e incoherente. El pobre se aturulló, repitiendo machaconamente las mismas frases de manual. 
—Es decir —le resumí, sacándole del apuro—, que tú tampoco tienes ni pajolera idea de para qué sirven las diputaciones.
Estos diputados se defienden con uñas y son protegidos por el resto de políticos. Menudo chollo, como para perderlo. Pero sus argumentos no me cuadran: sus competencias son estupendísimamente asumibles por la maquinaria de las comunidades autónomas, además de que ambas entidades tienen atribuciones duplicadas. Hay representantes en los parlamentos regionales a los que no les vendría nada mal ocuparse de esos asuntos. Porque hay gente que trabaja, que se toma en serio su cometido; pero de que hay un buen puñado de holgazanes tampoco hay ninguna duda. 
Para rematar el cuadro diputacional, sus integrantes no son elegidos por votación popular, su composición se realiza por elección de los concejales electos de los ayuntamientos.
Pero me dejaré de historias. Es vox populi que las diputaciones provinciales han sido y son el refugio para que el amiguismo entre los políticos campe a sus anchas. Y así nos va.
        Lo de las diputaciones no es más que un ejemplo de los muchos que podría poner, desde luego. Pero, en general, ¿cuánto nos cuestan estos entes? Una barbajanada de la que nadie habla ni a la que quieren meter mano.
Lo que decía más arriba: los recortes, las penalidades, para los más débiles y para la sufrida clase media, que es, a fin de cuentas, quien sustenta la economía. Y sorprende más aún que no tomen ninguna medida para estimularla. Es como recuperar a un enfermo sin suministrarle medicamentos. Que se cure solo… o que reviente.
Estas Navidades, con dos millones de familias de funcionarios sin paga extra, van a consumir lo que yo os diga. Menos consumo, menos contratos para la temporada, más depresión. ¿Le compensa al Estado el ahorro en las pagas con la disminución de ingresos que la menor actividad económica conllevará? ¿Y el abatimiento con que todo esto empapa la conciencia colectiva?
Otra cosa que alguien nos tendrá que explicar es de qué nos vale el banco central europeo (me niego a escribir en mayúsculas semejante bicho), que más parece la banca del Monopoly que una central monetaria al uso. No inyecta dinero cuando hace falta, como hacen otros bancos centrales y la institución se comporta como si de la familia real germana se tratara.
Aquí va haciendo falta una persona que se plante, llegue a Bruselas o donde haga falta y diga que ya está bien, que todo tiene un límite, y que no es de recibo empobrecer a la gente por culpa de la avaricia ajena. Que hay problemas por solucionar, pero no por ello hay que mandar a ciudadanos inocentes al patíbulo.
Mucho me temo que nuestro emérito gallego no es la persona adecuada. Las mentiras del gobierno y del PP conllevan un riesgo tremendo de imprevisibles consecuencias.

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