lunes, 12 de noviembre de 2012

From Catalonia with love





Catalunya, Catalogne, Catalonia… Tenemos montado un bonito lío con el tema de la independencia de Cataluña. Las noticias nos inundan día y noche y cualquier manifestación al respecto, sea quien sea el declarante, se convierte en asunto de estado. Las tertulias de la derechona, por su parte, viven con fervor un auténtico éxtasis de enaltecimiento nacional.
Cada uno, como no podía ser menos, tenemos una idea al respecto, pero a mi me gustaría resaltar dos puntos. 
Que los catalanes están que trinan no debería de sorprender a nadie. Además de los problemas económicos que comparten con el resto del Estado se les une el hecho de la tomadura de pelo que han sufrido.
Meses dándoles la tabarra con la reforma del Estatut: imprescindible, beneficioso, auténticamente urgente y vital… Los políticos no ahorraban adjetivos. Hay consenso y dicha reforma es votada, al fin, en el parlamento catalán, aprobada en el español y, por último, ratificada en referéndum por los catalanes. Pues hete aquí que, mediando un berrinche de los de siempre, el Constitucional la tumba. 
¿Para qué, pues, tanto gasto, tanto esfuerzo? La ciudadanía no entendemos que, en una democracia que se precie, se pueda obviar con tanta desfachatez nuestras decisiones. 
“La soberanía reside en el pueblo”, ¿lo recuerda alguien?
Nunca tuvo que ser llevado al TC esa reforma estatutaria. Una vez habla el pueblo, los estamentos políticos se callan y obedecen.
Y ése es el otro punto que quería analizar, el miedo de nuestra querida clase dirigente hacia las consultas populares. En este país han habido muy pocas, además de no ser vinculantes, una estupidez más de esta democracia coja que gozamos (o sufrimos). 
Los políticos son felices así y tienen fuertes motivos: listas cerradas para enchufar a los amiguetes, cortijos en edificios de lujo donde hacer y deshacer a su antojo, pavoneos de chuloputas ante la oposición, salarios y beneficios escandalosos, corrupción, comisiones, mentiras… 
Tiemblan ante cualquier cambio en su status y ven los referendos como una amenaza personal.  
Resumiendo, que el “mangoneo porque yo lo valgo” se ha instalado en nuestras instituciones y no va a ser fácil erradicarlo.
Pero yo, como otros muchos erre que erre, sigo preguntando:
- ¿Qué problema hay en que los catalanes vayan a un referéndum y digan lo que desean hacer?
Poniendo los ojos en blanco, la respuesta de los políticos viene a la velocidad del rayo:
- Es que es ilegal.
- Pues cambiemos la ley.
Cuando quieren, pueden, mírese la última reforma de la Constitución, hecha con unas prisas que no las da ni la peor diarrea, casi por la puerta de atrás y consultando a los ciudadanos como yo les diga. 
Dejémonos de estupideces y demagogia. No es un asunto de legalidad (que se la pasan por el arco del triunfo cuando les conviene), es un tema de voluntad. Y nuestros políticos no la tienen.
Es tan simple como espeluznante: que el pueblo hable les da una grima espantosa.

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