sábado, 8 de diciembre de 2012

Mi Belén





En mi casa ponemos Belén y árbol, a pesar de nuestro ateísmo. Es una manera de darle alegría a la casa por Navidad y a nuestro hijo le gusta todo el meneo y desbarajuste que traen estas fechas. 
Lo que no quiere decir que nos conformemos con cualquier cosa. Hay que seguir siendo reivindicativos, por eso hemos colocado dos San José y, diga lo que diga el de Roma (que está como las maracas de Machín, el hombre), el buey y la burra siguen retozando en un segundo plano.
¿Cómo lo hará, el Papa? ¿Se levantará una mañana y le vendrá la inspiración? ¿Consultará con los obispos? ¿Tomará las decisiones tras ponerse hasta arriba de cazalla?
Hace tiempo nos quitó de un plumazo el limbo. Tan ricamente. A ver quién me paga a mí los años en los que mi madre me aseguraba que estaba en dicho sitio. Hasta la pubertad, crecí atemorizado por el limbo, el infierno y otros males con los que la católica nos quería sujetar en su puño de terror. Ya crecidito, cuando conscientemente me metí de cabeza en el pecado y comprobé lo a gusto que se estaba, me llené de rabia pensando en las mentiras con las que nos obligaban a vivir.
El Benedicto también ha decidido que los reyes vienen de Andalucía, y algo sobre la estrella que al final no lo es, que si una conjunción de planetas… La verdad es que no me ha quedado nada claro, pero da igual, tampoco lo voy a investigar.
De momento, mi hijo está tuneando el nacimiento. Antes de que el papa lo elimine en otra de sus alucinaciones, al cagón le ha puesto detrás un rey en permanente vigilancia y un coche militar con su respectivo soldado protege al portal de los asentamientos judíos.
Ha quedado monísimo.

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