Algunos de mis lectores me han preguntado por qué aún no he tratado el
tema de la renuncia papal y todo el circo que se está montando con la cuestión.
Pues bien, después de dar las gracias a mis incondicionales por su
interés, os participo que he ido alargando el asunto por una serie de razones.
En primer lugar, confieso que lo único que a mi marido y a mí nos
interesa y atrae del Vaticano es la composición de los chulazos de la guardia
suiza; lo que pasa en el resto de esa ciudadela nos provoca unos bostezos y una
indeferencia que no hay manera de quitarnos de encima.
Que el Ratzinger Z haya dimitido por cansancio o por qué esté hasta el
rabillo de vestirse de drag queen será interesante para los católicos, pero a
mí, sinceramente, me la trae al pairo.
Y en segundo lugar, qué podemos esperar del que venga. La católica, esa
substancia zorrona y mentirosa anclada en la Edad Media, tapadera de pedófilos
y homosexuales que se reprimen a sí mismos va a elegir a otra antigualla esperpéntica
tan misógina y homófoba como sus predecesores.
Ea, pues eso es lo que pienso.
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